30 mayo 2016

Historia del voto emigrante

Elecciones. Otra vez. Calvario para el votante exterior. Otra vez. Llevamos así años, pero parece que a los medios les suena a nuevo.

Me acuerdo del día en que todo cambió. Era el verano del 2005. La radio anunciaba que el recuento de los votos en el exterior había decidido que Manuel Fraga no volvería a ser el presidente de la Xunta de Galicia. Parece algo intrascendente pero, por entonces, cada vez que había elecciones, los panfletos electorales se dirigían a mí como si fuese un jubilado que se fue a hacer las Américas en los cincuenta y cuya única preocupación es que sus hijos pudiesen retornar a la Madre Patria. Un conservador de pura cepa. El resultado gallego mostró que el perfil del emigrante medio ya no se podía corresponder con lo que se creía hasta entonces. El pánico cundió.

Dos años después, mi derecho a votar empieza a perder popularidad a pasos agigantados. La ley de memoria histórica, que daba la nacionalidad española (y derecho a voto) a nietos de emigrantes fue empleada por los medios para propagar la idea de que los expatriados éramos unos desarraigados que votábamos sin saber. También se nos veía como aventureros de Españoles en el Mundo que nadaban en privilegios o tramposos empeñados en votar hasta después de muertos.

Al año siguiente llego la debacle económica y el comienzo de la hemorragia migratoria. El colectivo emigrante es cada vez mas grande, heterogeneo e impredecible, con gente de todas las clases sociales marchandose en todas direcciones. El voto exterior se convertía en una caja negra de cada vez mayor tamaño. En el 2010, el Bloque Nacionalista Gallego aprovecha una reforma electoral para intentar quitar el voto a los emigrantes. Principio y desenlace fueron comentados ya en este blog. El resumen: IU y Coalición Canaria señalaron la inconstitucionalidad del apaño y sólo perdimos el voto en las municipales. Pero se nos complicó el ejercicio electoral lo más posible con el sistema de voto rogado.
Esquema de Marea Granate para rogar el voto.

Pero, si el número de emigrantes dobla el de hace una década, si cada vez es más costoso ganar nuestro voto ¿Por que ahora los partidos dicen que quieren arreglar la deliberada chapuza? Además de por la lucha sin cuartel que lleva a cabo la Marea Granate (el principal colectivo de expatriados españoles), por el mismo motivo por el que dicen que, desde el ama de casa en Estonia al celador en Estocolmo, pasando por el investigador de Ciudad de Méjico o la empresaria de Camberra, ellos tienen un cómodo paquete de medidas para que todos los dos millones de expatriados volvamos a "casa". Porque, como se ve en el anuncio de campaña que pongo más abajo (en esto nada importa el partido político que lo firma), no buscan nuestro voto, sino uno más manipulable. Buscan el de las familias de quienes nos fuimos. Los líderes políticos desean que nuestros padres, hermanos, primos vean sus caras y piensen "mira que chico más majo, que quiere que vuelva mi niño". Por lo que veo, de momento, esta gran mentira también funciona.

2 comentarios:

  1. Tremenda la portada de El Jueves. Es la realidad. ¿Sí, son 2,3 millones? Dios.

    Efectivamente, el voto emigrante y sus tentáculos o restos de vínculos peninsulares pueden decidir unas elecciones o coaliciones, más bien. De ahí el marketing, la mentira.
    En realidad, ¿el país podría sostener a 2,3 millones de personas en edad de trabajar y sin empleo?
    En fin Miércoles. Esto está cambiando. Lo que no sé es hacia dónde.
    Saludos.

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    1. Es muy difícil saber cuantos somos. Por un lado, han complicado el censo con varios registros según la longitud de la estancia. Por otro, seis meses fuera de España sin trabajo y quedas sin cobertura sanitaria en España, así que mucha gente no se arriesga a registrarse en la embajada.

      El asunto es que la importancia del voto emigrante tiene algo de espejismo. Como se dijo en el 2005, parece que decidimos el resultado, pero en realidad solo fue porque se nos contó los últimos. Hoy el colectivo expatriado es tan heterogéneo que, si nos ponemos a agrupar, seguro que tiene menos peso específico que los andaluces, los asturianos o los gallegos, que normalmente votamos casi en bloque a una opción determinada.

      Efectivamente, aquí sólo se habla de cambio, pero temo que ni los que lo quieren llevar a cabo tienen idea de lo que va a significar.

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