26 marzo 2016

Reflexión

Es la indolencia pecado

del que ya absolución no quiero

y la solidaridad virtud

que fui perdiendo con el tiempo,

mas lo qué ahora soy

más de mí dice lo cierto

y más conforme me deja

al contemplar mi reflejo.


Honores que otrora fueron

para mí noble sustento
,
hoy, desperdigados por el suelo,

son añicos (que olvidar deseo)

de bajo valor y mucho peso:

calderilla del momento.


Quiero mi alma ligera

que vuelo ligero pretendo,

pues la luz del conocimiento

igual ilumina al paria

que al señor del reino.


17 marzo 2016

La escuela bosque y la disciplina positiva, una historia personal

No creo en las recetas de educación, así que esto no va a ser una. Solo es un relato de lo que he aprendido con el cambio de escuela infantil de mi hija.

Jueves empezó la guardería en Glasgow, donde recibía una educación tradicional dentro del método Reggio Emilia que se aplica en toda Escocia. Clases de idiomas, baile, lectura, acceso a ordenadores, actividades con pantallas táctiles, etc. En cuestión de disciplina, aplicaban lo que en España llaman "rincón de pensar". Aquí le dicen "time out", o tiempo muerto. Consiste en que, si un niño causa problemas, le explican lo que ha hecho y lo llevan a una habitación sin ruidos ni distracciones hasta que se calme.

Cuando llegamos a las Highlands, la niña acabó en lo que se ha dado en llamar "forest kindergarten" o escuela bosque. No hay tecnología, ni actividades programadas a no ser que los niños las pidan y se pasa el mayor tiempo posible al aire libre, a veces en un bosque cercano donde han hecho fogatas, cabañas de palos, etc. En cuanto a la regulación del comportamiento, tienen un cuadro donde, cada vez que hacen algo bueno (ayudar, atender, etc), ascienden. Del arco iris al Sol, del Sol a las estrellas y, si llegas a las estrellas, te imprimen un certificado. Cuando un niño se porta mal, se da una charla a todos para explicar por qué no debe repetirse.

Cuando conocí la escuela bosque, casi me emocioné. Era como si hubiesen hecho una lista con todas mis fantasías de infancia y las hubiesen hecho realidad. Las profesoras eran muy agradables y con años de experiencia en el centro. A la niña también le gustó. Seis meses más tarde, la impresión es distinta.

En general, veo varios problemas. El primero es que tanto aire libre y juego libre acaba en una barra libre de microbios y suciedad que deriva en bastantes más enfermedades. Esto es algo común a todos los centros de este tipo.

Aunque la niña tiene un mayor interés por jugar en la calle, pintar y las manualidades que antes, se aburre. Si en la otra escuela jugaba diez veces al pilla-pilla y después iba a hacer dibujos para aprender los colores en español, en esta juega al pilla-pilla treinta veces y (si quiere) hacen un dibujo que nadie mira si no lo trae a casa. La niña (a la que le encantan los libros) llegó a las Highlands con varias letras aprendidas, gracias a un uso responsable de la pantalla táctil del aula. Ahora, a pesar de un enorme interés, apenas sabe escribir su nombre sola, pero por memoria, no entendimiento. Sus nuevas maestras creen que es extraordinario. Entiendo que no hay prisa en que un niño aprenda a leer y que da igual que lo haga a los tres que a los seis años, pero este caso es alguien que quiere y a quien no se le facilita el aprendizaje. Sospecho que "juego libre" es otra forma de decir que las cuidadoras trabajan menos.

Pero la mayor diferencia entre centros está en la disciplina. El método no es igual en todas las escuelas bosque, pero merece mención porque no me esperaba la diferencia. Cuando Jueves iba a una guardería con el sistema de tiempo muerto, había un niño que causaba problemas. Si surgía un conflicto, Jueves, si no lo resolvía sola, sabía que una cuidadora ayudaría. Ahora, con menos de la mitad de niños, sé el nombre de al menos tres jíbaros. La niña muchas veces no va a las profesoras porque no siente que eso resuelva nada. Hace unos días, dos niños la insultaron y, en lugar de ir a una cuidadora, hizo campamento junto al guardarropa para hablar directamente con las madres. Afortunadamente se cansó antes de que llegasen. Con respecto al cartelito de arco iris, ya me explicó ella: "Si te ven compartir un juguete eso sube uno. Ayudas a ordenar la clase al final del día y es otro (pero sólo al final del día porque sino no te ven y no cuenta). Después te sientas quieta mientras la profesora lee un cuento y ya son tres cosas y te dan el certificado". Así, como una máquina expendedora. Un juego que pronto aburre.

En resumen. Creo que es bueno que mi hija tenga la experiencia de ir a una escuela bosque, pero por lo que ha aprendido de sí misma por contraste con la anterior. Si no la he cambiado de centro es porque cuando llegamos a la ciudad no había plazas en la otra y ahora queda poco para que empiece el colegio. Sólo recomendaría una escuela bosque para niños muy inquietos a los que no les guste ninguna asignatura académica ni sean enfermizos.

12 marzo 2016

Vivendo en congreso

Don Mariano es un padre tradicional, distante, amigo de sus amigos y poco o nada dado a preocuparse de las andanzas de los demás miembros de la familia.

Sancha es la madre. Se casó muy joven, sin saber muy bien lo que hacía. Sueña con los años perdidos, cuando los obreros aún le lanzaban piropos, cuando las responsabilidades no la ataban. A veces el papel de matriarca le queda grande, pero tiene fe y cree que, con paciencia, tesón y sonrisas, la familia seguirá unida. Aunque Don Mariano es el que corta el bacalao, es tan distante que todos la consideran como la verdadera cabeza. Se siente sola, pero lo intenta compensar pasando todo el tiempo que puede hablando con sus hijos y conociendo a gente fuera de casa.

Sancha tiene dos hijos. El pequeño, Pablito, es muy listo. Su pujante adolescencia lo envuelve en constantes cambios de humor y hace que se rebele ferozmente contra todo lo que sus padres representan. Cree que no le entienden, los ve débiles y no ve la hora de zafarse de ellos. Los odia, porque sabe que son los que mandan. Sancha cree que podría llegar muy lejos si se aplicase. Ve en él la juventud que ella hubiese disfrutado si la realidad de la madurez, con sus hipotecas, obligaciones con parientes europeos, etc no la aferraran a un gris presente. Así, aguanta el chaparrón a la espera de que al pequeño se le pase la edad del pavo.

El hijo mayor, Albert, es el único que ayuda a Sancha a aliviar su soledad. Un chico respetuoso, educado, formal y aplicado. De los que cuando le preguntaban de niño a quien quería más, si a papá o a mamá, siempre contestaba "a los dos igual". Hace lo que puede por que todos se lleven bien entre ellos, lo que multiplica el rencor y los celos que su hermano siente hacia él. Como cualquier hijo, sueña con vivir su propia vida, lejos de sus padres, pero es consciente de su edad y acepta que el momento de volar aún no ha llegado.

Como buena familia española, viene con abuelos. Bueno, abuelos maternos, la familia de Mariano hace tiempo que se fue. La abuela Carmena, tiene especial debilidad por Pablito. Su rebeldía le recuerda su juventud y la de Sancha, así que le consiente todo y hasta le da algún aguinaldo para sus vicios. Intenta interceder por él pero, como cualquier abuela, no puede evitar mimarlo. El abuelo Villarejo es otra cosa. Es más adusto, más directo y no duda en censurar las faltas de Pablo, como si la autoridad que hace tiempo perdió con los hijos alguna vez hubiese existido con los nietos.