15 octubre 2014

La vida sale al encuentro




Es el reloj al tiempo lo que el cartero a la correspondencia: cuenta y reparte  los sobres, pero ignora su contenido.  Llenar ese contenido es labor de cada uno, y esa labor deja cada día su huella como el mar deja su marca con cada ola. Desgasta, forma, alegra o hiere…   
Con este párrafo iniciaba la carta que, hace unos días, enviaba a mis compañeros de promoción con motivo de la celebración de los 40 años de nuestra graduación.  Años cargados de vivencias y contingencias incontables; transcurridos con celeridad y absorbidos con débil consciencia  en su mayor parte, considerados en su conjunto.  Ahora nuestros cuerpos son otros, el corazón y la razón  se han vuelto de mejor sincronismo y los recuerdos pesan más que los proyectos.

El trotar diario fue hollando hojas de calendario que el viento esparcía a su capricho y que, caprichosamente también,  ahora reunidos, tratábamos de poner en orden y borrar de ellas los efectos de la intemperie. Décadas concentradas en horas, almanaques que tornaban los días en anécdotas… Una vida ya casi ida comprimida en un encuentro. Y un encuentro con la vida: una caída paulina del caballo existencial que tantas veces se desbocó.   Vida, encuentro… Asociación que trae a la memoria (¿quién mejor protagonista cuando ya peinamos canas?) el título de aquel libro tan vendido  en los años 60 y 70: “La vida sale al encuentro” del jesuita José Luis Martín Vigil.

Libro que por aquel tiempo pasaba de mano a mano de los adolescentes de entonces.  Lo leí con fruición, lo comenté y sus páginas fueron alimento de esperanza y carga de ilusión para un futuro que llegaba entre sombras. Era ver en papel  lo que por mi cabeza deambulaba impaciente y desordenado: la explosión destructora de una infancia que ya nada nuevo ofrecía y que con los cascotes creaba los cimientos de un tiempo nuevo.
Aquel tiempo nuevo llegó y se vivió, tomó consistencia y ocupó su espacio. Los cascotes se hicieron piedra y la piedra edificio; y el edificio tuvo ventanas claras y oscuras puertas, aguantó tormentas y tibias primaveras, se hizo ver y sus formas fueron modulándose con cada rotación planetaria hasta el día de hoy.   Algo maltrecha su estructura y mermado el brillo de sus paredes va aguantando… hasta que el reloj marque la hora de convertirse en una foto para el recuerdo.

5 comentarios:

  1. Que bien escribes compa, cada dia mejor. Un abrazote.

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  2. Gracias, querido Antonio. Tú que me lees con benevolencia.
    Un abrazo.

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  3. Es muy curioso. El libro "La vida sale al encuentro", que me recuerda a la reciente "el viento se levanta" (y hay que vivir), no me suena de nada y, en algún momento fue un libro que los adolescentes intercambiaban. Y no es la primera vez que sé de un título olvidado que años atrás fue una revelación.
    Me ha gustado muchísimo el final del escrito, con esa idea de círculo o mejor aún, de castillo reconstruido una vez y otra. Posiblemente sea así. "Los cascotes se hicieron piedra y la piedra edificio". Es un gran verso.
    Un abrazo.

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  4. Puedes imaginarte como el libro de marras, al recordarlo, me abstrae y acuna en aquella época (1967). Confirmaba pensamientos tuyos y te alimentaba la imaginación para otros. Además daba pie para comentarios con los amigos, que sin él no hubieran surgido. Una dictadura, un jesuita díscolo y unos adolescentes en plena eclosión: los días toman otro color.
    Todo ello me llevó al final del escrito que tú destacas, cosa que me complace mucho.
    Saludos

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  5. Ningún material nuevo aparece sino que con los del viejo se construye el nuevo mundo. Los cascotes deteriorados del antiguo se convierten en sillares rutilantes de lo nuevo.

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