23 octubre 2012

Tras el cristal

Son las tres y veinte de la tarde. Me siento en una mesa próxima a los ventanales de entrada y pido mi café. Es un bar en una plaza céntrica, el autobús tiene parada delante, el tránsito de personas y vehículos es constante. La camarera ya no me ofrece el periódico como hacía los primeros días: mi disfrute es saborear el café y la observación de los que están en el bar o pasan por la acera. Muchas caras son repetidas, aún así, no todos los días tienen la misma expresión. La fauna urbana es muy variopinta y su comportamiento siempre despertó mi curiosidad. Me interesa cada persona con su vida a cuestas y, cuando la ignoro, me gusta imaginarla. Veamos algunos ejemplos:

Un varón que supera los 50. Entra despidiéndose de alguien por el teléfono móvil. Pide una caña y se sienta en un taburete de la barra. Hace una llamada, y su voz, sonora y potente, se oye en todo el recinto. Se siente seguro con el artilugio en la mano, trata de amigo al interlocutor, le da consejos y pide opiniones. Todos podemos darnos cuenta de que nada interesante es lo tratado. Pasados diez minutos y terminada la cerveza, se despide del amigo y paga. Marcando un número se aleja por la calle...

Trabaja en la banca. No pasa del 1,65 y su cabello ya es cano en gran parte. Tras el cristal lo veo pasar, apresurado, el periódico en la mano y el braceo rítmico y exagerado. No desvía la mirada, siempre al frente: ahí deber estar su futuro y desea que sea presente ¡ya!

Desparpajada y delgada, frisando los 40; le acompaña su hijo de unos doce años con el uniforme del colegio. Acaba de aparcar ocupando un carril: un tercio de la calzada para ella sola. Le traen algo de comer y beber. Atosiga al adolescente con preguntas sobre exámenes, profesores, compañeros; intercala consejos e impone conductas. Terminada la manduca, y con la misma desvergüenza que entró, se va sin dejar de hablar al joven. El resto de la ciudadanía se lo agradece por hacer la circulación más fluida.Intuyo que trabaja en el ramo comercial. Porta un maletín abultado y muy limpio, va cuidadosamente peinado. La americana, totalmente abotonada, recoge un abdomen amplio y perfecto ejemplo del movimiento vibratorio. Ha rebasado los treinta con holgura, se le ve realizado y satisfecho. Una esposa complaciente debe de estar esperándolo.

Un joven, fumando un cigarro liado por él, saca su perro a pasear. Yo abono mi café y me voy.

17 comentarios:

  1. Toda una vida detrás de cada uno. Muy observador, y hasta tolerante, con las vidas ajenas. Vaya con el hombre-móvil y la mujer-yo-dicto, que no deja hablar al joven. Me pica la curiosidad el joven. ¿Qué es lo que anhela?
    Esas ciudades gallegas tiene algo en común. En Pontevedra no he estado, pero como tú, imagino la vida de un hombre que tras un café observa el mundo. Quizá sea el único de la calle que disfruta del silencio.
    Un abrazo.

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    1. La ciudad es La Coruña y la zona del café la Plaza de Pontevedra. Y como en todas las ciudades, su bullicio se merma cuando la observas.
      Nunca a tu lectura se le distrae exudación alguna del texto; cosa que mucho agradezco cuando éste es mio.
      Un abrazo

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  2. Me encanta ver a la gente pasar. Y ahora lo he sentido. Cuanto nos parecemos todos, en realidad. He podido ver casi todo de lo que has escrito.

    Un abrazo :)

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    1. Si lo has podido "ver": objetivo cumplido, y satisfacción al bolsillo.
      Agradecido abrazo.

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  3. Una descripción genial que hace que reflexionemos. El pasado año me mudé a Madrid (por suerte solo ha sido un año lo que he estado viviendo ahí) y me encantaba meterme en el metro y observar, pensar en que será de la vida de esa gente e incluso a veces me dieron ganas de fotografiarles, hay caras geniales y muy profundas en el metro y en el mundo en general. Un día... entré en el metro apurado de tiempo, tenía que leerme un paper antes de llegar a un seminario y de repente me vi a mi mismo como uno más de los personajes del metro... lo curioso es que miré a mi alrededor para ver si alguien me miraba y dos chicas apartaron la mirada... como yo hago cuando miro.

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    1. Cómo nos turba cuando nos "pillan" mirando... Creo que más miradas deberíamos intercambiar cada día, de loa o de reproche, pero la comunicación sería mayor y el diálogo ocular más rico. Pero la cosa es como es y siempre nos queda una mesa, una silla y un café y... aquello todo cuanto pase; la labor de pensar, intuir o imaginar allá cada uno.
      Gracias por la visita.

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  4. Magníficos retratos que nos has dejado de algunos personajes de cualquier ciudad. Esa observación, casi milimétrica,parece más una disección con bisturí en mano que la apreciación subjetiva de un psicólogo en periodo de prácticas.La he leído un par de veces por el gusto y el placer de empatar lo que se observa con lo que uno cree apreciar posteriormente. Y es que lo que uno cree apreciar está contaminado con lo que uno ha vivido y experimentado, con las creencias de cada uno y de lo que la vida le ha ido dejando como poso de café... Pero también me gusta hacer lo mismo, ésto es; obsrvar a la fauna humana. Y lo hago cada vez que tengo tiempo y puedo. Esa observación se completa más,a mi entender, cuando se comparte con alguien y se sacan distintas conclusiones ipso facto. Un día pasearé por delante de las cristaleras de ese café y contonearé mis caderas al son de los tacones altos y exagerados y veré a la conclusión a la que has llegado.Luego me quitaré la peluca y me descubriré...por ver la conclusión. Es un decir a modo de broma, Demián. Saludos.

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    1. ¡Siempre tan analítico tu comentario! Pero dos cosillas que disiento:
      a)El tiempo está ahí, somos nosotros los que lo empleamos a nuestro gusto. Cuando caminas (lo hago todos los días)te vas tropezando con caras, gestos y miradas que casi siempre dicen algo; lo mismo cuando conduces o cuando estás en una cola.
      b)Si esta observación la compartes puedes distraerte e influenciarte del acompañante. Mejor sólo la tuya que ya habrá oportunidad de cotejarla con otras similares e inferir resultados.
      Por último: pelucas y tacones altos no llevan a profundizar mucho en el pensamiento. Mejor pásate tal como eres que será mucho más interesante y sin que nada tengamos que sacarle su jocosidad.
      Otra vez mi agradecimiento por el interés y detalle con que me lees.
      Un abrazo

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  5. Hola, vengo desde el comentario que dejaste en el blog de Igor sobre el relato de terror al que le invité, ya veo que te ha gustado, y bueno, aun quedan dos días para que termine el reto, si quieres participar, estas invitado.

    http://podemos-juntos.blogspot.com.es/2012/10/reto-segundo-de-halloween-minirelato-de.html

    Un besazo.

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    1. Gracias por la invitación pero ya es muy tarde. Lo dejamos para otra vez.

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  6. La vida puede observarse y sentir desde muchas y diferentes atalayas. Una cristalera de un bar es una de las más fascinantes.

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    1. Sólo queda que no haya mucho ruido y el café no sea malo. Ambas cosas se cumplen en este que frecuento y lo disfruto mucho.
      Gracias por tu visita.

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  7. La calle es un libro abierto en donde leemos sin querer, aprendemos de nuestros semejantes y valoramos lo cada uno de nosotros tiene y disfruta. Pero... lo más acojonante es lo del... teléfono movil. Es curioso y sorprendente ver a tod@s con el "aparatito" entre las manos, con ojos azarosos y al margen del mundo. Misterio! se han conectado con "dos mil millones de amig@s" a "tropecientos millones de kms.". Opino igual, es mejor tomar el café lejos y libre de periódicos, móviles y otras zarandajas.

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  8. es preciso corregir en el anterior comentario:
    "valoramos lo "que" cada uno...

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  9. La calle, los cafés, el mercado, etc. Todo tiene su mensaje y su peculiaridad. Y cada día en ello estamos.
    Un abrazo.

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  10. Vaya, qué ojo. Nuestro cuerpo habla por nosotros.
    Me gusta ver por dónde nos llevas en esas volutas de atención que echas sobre tu alrededor. Como en el caso de ese tipo del móvil, por ejemplo, en que tus observaciones me conducen a pensar sobre cómo ese hombre ve a los demás, y, por extensión, cómo veo yo a los demás.

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    1. Sí, dafd; nuestros cuerpos dan un reflejo de nuestro interior, nuestros gestos son como la caligrafía de lo que pensamos. Así me parece a mi que ocurre en la mayorís de las ocasiones. Si ya en alta voz hablamos por teléfono... es como desnudarse. Sólo resta interpretar.
      Un abrazo.

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