11 julio 2011

Las calles de mi infancia.





Demian nació y vivió sus primeros siete años en la calle de los Hornos. Antigua, estrecha, muy transitada y con muchos bares. Justo delante de su portal, se ensanchaba en una plazuela que, por uno de sus lados y a mayor altura, quedaba limitada por el pretil que la separaban de la pequeña rampa  en que remataba la calle de Pizarro.  En el mismo punto, y también en descendente pendiente, desembocaba, perpendicularmente a la primera, una tercera calle: la de la Luna. Las tres en el casco viejo, exiguas y oscuras las tres.

Esta tríada de calles conformaban el mundo inmediato de Demian, el simbolismo físico de sus infantiles pensamientos  que tanto le costaba definir, la iconografía de su párvulo existir.

Por la de los Hornos pasaba a diario de la mano de su abuela, mirando a ambos lados, oliendo a churros en la mañana o a humedad y vino en la noche, observando a cada personaje que cruzaba, buscando un color alegre o una risa llamativa que le animase. Eran los años cincuenta y un aire pobre y triste se colaba en  los corazones, le gustaba  sentir el calor y el cobijo de “su calle”.

La calle de Pizarro le era desconocida, no sabía a que olía e ignoraba  quienes la habitaban. Le producía  la misma  sensación que genera un familiar al que no se trata.  Un aire de misterio, de territorio ignoto, salía de aquel callejón.  Sólo  los metros en que se superponía a la suya le eran alcanzables, nada más que las gentes que por ella pasaban –y eran muy pocas- tenía para cubrir su curiosidad: un viejo renqueante apoyándose en su cachava, un hombre de tez bruna y semblante serio, un niño que súbitamente aparecía y que de inmediato era tragado por la zona oculta, una mujer entrada en edad con los labios muy rojos y los ojos extremadamente marcados, un personaje de seguro caminar y desconfiada mirada en el que Demian había reparado de una manera especial y al que no supo darle nombre hasta que conoció a un proxeneta, una algarabía de soldados con risas ostentosas y cigarrillos en los labios... Desde lo alto del muro la lánguida mirada de un gato llegaba a todos ellos. 

¿Por qué, en la calle de la luna,  sólo había peatones que bajaban? Nadie ascendía su cuesta. Sin embargo para Demian aquella subida significaba el éxodo, el mundo exterior, por dónde se abandona lo seguro y se inicia camino al enigmático porvenir. Algún día tomaría esa calle, se cruzaría con los que llegasen y con un gesto de complicidad lo despediría el gato. 

5 comentarios:

  1. la niñez de demian, ya fábula de fuentes, que diría Guillén.
    Precioso texto, densamente literario, como un café cargado en invierno, no muy lejos del mar.
    Creo que en la calle Pizarro vivía Poe, magníficas las siluetas que no se sabe qué esconde.
    Y el futuro de la calle de la Luna, todo un horizonte-
    Vendrán más calles, supongo. Existen las borrosas, por ser muchas, de la adolescencia...

    Esperando.

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  2. A través del calor y cobijo de la mano de su abuela sentía más cercano, tal vez, el calor y cobijo de la calle Hornos. Y a través de ese calor, cercano, familiar, protector y seguro buscaba, quizás, la alegría y el entusiasmo que estaba vetado en los años de posguerra. Los olores rancios quedan fijos en la memoria y de alguna manera se vuelven a revivir en algún momento en la edad adulta.Tal vez era más fácil bajar desde la Luna que ascender hacia ella. Y sin embargo ahí estaba incitante e impenetrable para ser explorada algún día en la búsqueda de otros mundos, otros caminos, otros misterios. Sin cono cer las tres calles me has llevado cercana a ese barrio de tu infancia. Los olores me han transportado y he podido vislumbrar el pasaje de un corto que podría ser rodado en ese entorno. Maestría en tu descripción. Gracias por darnos a conocer detalles. Saludos.

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  3. IGOR.- Habrá más calles, más recuerdos. Desempolvaré algo de lo ya escrito. Agradezco tu comentario y tu elogio, no puedo defraudar tu espera.
    Un saludo.

    TANCI.- Si algún día perdida por la península llegas a la ciudad de Orense y te pierdes por su parte más antigua, tropezarás con estas calles, recordarás a Demian y éste te bendicirá desde dónde esté.
    Un saludo.

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  4. La calidez de la narración nos transporta a ese lugar gracias a la magia de tus palabras. Contar estas cosas significa que el tiempo se para y la vida es el cúmulo de estas vivencias recordadas después de los años. La vida es recuerdo y memoria de lo pasado. Espero con ansía las próximas entras. Un abrazo.

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  5. La vida, don fernando, es memoria cuando ya casi está vivida, y parece que se regenera a si misma en el ejercicio del recuerdo. Es hambre y ésta sólo se sacia con panes. Habrá que ir encendiendo el horno...
    Gracias por tus palabras y un abrazo.

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