29 mayo 2010

El encuentro

Me gusta ensuciar los zapatos con el polvo de la ciudad, que la mancha urbana me impregne y desde el exterior observar el lamparón. Sentir el hervor de sus gentes y el pálpito de sus calles, ser el espectador anónimo ante la función que comienza, el niño nervioso y expectante cuando lo llevan al circo.

Todo es de interés:
El apresurado repartidor, el anciano de paso cansino que pasea obedeciendo a su médico, la madura señora con ínfulas de seductora, el funcionario que apura el cigarro en los minutos de asueto, el triste personaje consciente de su oquedad interior, el altanero joven que solo mira al frente, el vagabundo que zigzaguea pidiendo unos céntimos, la pizpireta que sale de una tienda mirando a la siguiente...

... Y lo no esperado:
Una estrecha bocacalle, unas siluetas que reconozco y un aire de afecto y alegría que me recorre. Son ellos, mis amigos. En seguida estamos comentando el hoy y el ayer, los propósitos y los traspiés últimos, un libro, un programa de televisión, una anécdota... y nos despedimos con un agradable sabor de cercanía y placidez.

Sigo mi ruta, pero ahora la calle me ofrece menos y es el regodeo de la charla lo que toma prioridad en mi cabeza. Hoy han sido Teresa y José y, con ellos en la mente, mis pasos se suceden y el recorrido concluye.

2 comentarios:

  1. Una auténtica descripción DIGITAL.
    UN GRAN SALUDO...

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  2. En esos momentos se para el tiempo y es lo mejor de la vida.
    ¡Un beso aéreo!

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