19 abril 2010

Soseki

Diez de diciembre de 2009. Son las 8 de la tarde, camino en dirección al Club Náutico. En uno de sus salones, Fernando Sánchez Dragó presenta su nuevo libro. Soseki – un gato que ya descansa al pie de un olivo en la casa del escritor - es el protagonista de la conferencia y el título de la nueva novela de éste.

Al llegar al club, compro el libro y me acomodo en una silla, ojeándolo mientras se hace la hora del acto. Estoy expectante, a pesar de que no sea la primera vez que le escucho en persona; o quizás por eso.

Dragó, con su sempiterna sonrisa, entra y es presentado a los que allí estamos. Cuando él comienza a hablar, las palabras aumentan de ritmo y vigor. No defrauda:

Lee algunos párrafos, explica la estructura de la obra, comenta el origen y el fin de la misma, y, ¿cómo no?, habla de si mismo; porque él no sólo vive de la literatura, sobre todo, como su admirado maestro Hemingway, ¡vive la literatura!.

Locuaz, inteligente, trasgresor, contradictorio – que no traidor -, menos excéntrico de lo que parece, cultivado, bueno y, en esta ocasión, tierno; Sánchez Dragó va llenando los minutos y deleitando a los presentes. Los que lo tildan de cargante, chaquetero, pedante, vanidoso y vendido a la derecha ya no han ido... no han querido incrementar el “ego” del escritor. La mayoría de éstos, estoy seguro de que nunca lo tuvieron cerca, ya que es de las personas que en “las distancias cortas” gana.

El 9 de noviembre de 2008, mientras me firmaba en Pastrana su libro El sendero de la mano izquierda, le comentaba el pesar que estaba soportando por la muerte de mi gatita. Ninguno de los dos podría imaginarse que, diecinueve días más tarde, Soseki emprendería su camino al infinito, turbando de manera tan ostensible la vida y estado emocional del novelista.
Leí con placer el “Soseki” de Dragó y al Dragó de Soseki. Comprendí muy bien las reacciones y sentimientos del autor, disfruté de su pericia con las palabras e hice mía una hermosa historia de amor recíproco. Aumentó mi cariño por los gatos – mientras esto escribo, muy próximas a mi, dos bellas gatitas duermen en el regazo de mi esposa – y el gozo de su presencia tan peculiar y gratificante.

Estoy persuadido de que me toparé con este fértil escritor – siempre a punto de salir o recién llegado de algún lugar de Oriente - en más ocasiones, y entonces, desoyendo a sus detractores, seguiré el camino del corazón y me acercaré a él para que me firme otro libro. Que así sea.

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